La increíble vida de un perro, preso en el Destacamento del Barrio La Orilla de la ciudad de Esperanza, que espera desde hace diez años por su condena o su absolución por parte de la Justicia Santafesina. «Chiquito» (foto), una historia recogida en las calles de la vecina ciudad, la cual ya trascendió en varios medios importantes de la Argentina.

Foto El Colono del Oeste

Parece tranquilo y mira con aparente pasividad y la «pachorra» de un perro manso. Sin embargo, quien lo conoce, sabe que está vigilante. «Chiquito» como lo bautizaron los policías quien sabe cuando, sin embargo, mide el largo de la cadena y sabe que hay que cuidar el Destacamento, finalidad de su existencia que al fin y al cabo se ha hecho su vida desde hace 10 años.

LLegó desde San Carlos Centro, cuando apenas tenía 8 años. Para los vecinos se ha hecho parte del barrio, el perro preso.
El Destacamento del Barrio La Orilla se enclava en el extremo norte de la ciudad, al límite de la zona urbana. Apenas a unos doscientos metros de la última calle, Paso Vinal, por la cual se accede a ruta provincial Nº 6.
Es uno de los sectores históricos de la ciudad. Un barrio donde residieron desde siempre los criollos que se sumaron a la colonización. Morochos y fuertes, capaces del trabajo más duro y sus familias numerosas. Allí conformaron uno de los barrios más humildes de la comunidad esperancina, rica en un anecdotario que hoy suma al preso más famoso, el perro «Chiquito».
Porque el canino está detenido desde hace unos diez años, a raíz de una denuncia policial de un vecino de la segunda localidad del departamento Las Colonias, por una supuesta mordedura a un vecino sancarlino.
De acuerdo a los datos extraoficiales brindados por los vecinos -que no son seguros en este aspecto- el can fue detenido por el personal policial de acuerdo a lo que habría dispuesto el Juzgado de Instrucción de la Séptima Nominación en lo Penal de Santa Fe.
Lo seguro es que el perro vino detenido y sigue preso.
Después de unos diez años, su caso todavía no fue resuelto por la Justicia.
Por lo que se sabe de comentarios, sus dueños jamás lo reclamaron ni hicieron el esfuerzo de saber qué sucede con el animal.
Hace diez años, las autoridades de la Unidad Regional XI decidieron lo mejor para «Chiquito» luego de la orden de la Justicia santafesina en su momento. El perro fue traído a la ciudad y ubicado en ese lugar porque allí funcionaba el centro canino, donde se cuidaba a los perros de la calle, sin dueños.
Luego la «Perrera» se fue de la zona del Destacamento, pero, «Chiquito» siguió atado a la cadena en el patio del Destacamento y él, con su instinto animal cuida de todos y de todo.
En cuanto a lo que es su vida diaria, se ha convertido en un perro vigilante. Llegó a los 8 y ya cumplió los 18 años. Siempre conviviendo con los hombres y las mujeres de uniforme azul en un barrio «difícil» dicen los propios vecinos. Para los agentes es un miembro de la familia policial.
De vez en cuando pasa una compañera del barrio con la que puede intimar aunque ya esté viejito, y la comida se la preparan los policías, gracias al aporte solidario de los vecinos. También la gente de la ciudad que quiere a los animales se hace solidaria cuando enferma, especialmente los veterinarios y los amigos de los canes desprotegidos de la ciudad.
Por las circunstancias de la vida y del destino, el perro preso se ha convertido en el mejor defensor de la Justicia. Mientras sigue detenido, atado a una cadena como cuando llegó y era «un pibe». Hoy con varios años en el lomo, si la Justicia decidiera que es inocente o que ya pagó la culpa de su mordedura a un humano, como la mayoría de los convictos que vivieron toda su existencia tras las rejas, no sabría qué hacer. ¿Quién va a querer a un ex convicto? Al fin de cuentas, «Chiquito», puro coraje y buen perro ya calza el uniforme imaginario porque se siente parte de la familia policial, y además, todos saben que es el más acérrimo defensor del Destacamento y que es bien capaz de ofrecer su vida para cuidarlo. Los vecinos del Barrio, tierra de morochos, de mujeres con una vida dura, y gente laburadora en su gran mayoría, ya lo saben y llaman golpeando las manos desde la vereda advertidos.
«Chiquito» los observa, echado en tierra, con su mirada entre tristona y atenta, con su cadena al cuello y el candado que lo retiene desde hace diez años, sin sentencia. Los mide y cuida su hogar de preso de los humanos.
¿Habrá pagado su culpa -en caso de ser culpable- como perro malo? Al fin de cuentas para qué gastarse en pensar filosofías baratas después de toda una vida preso: «arrésteme Sargento y póngame cadenas, si soy un delincuente, que me perdone Dios».