El domingo 8 de enero de 1995, y cuando su vida parecía reencauzarse, el automóvil que conducía Carlos Monzón (Foto) perdió la línea de conducción que llevaba en la Ruta Provincial Nº 1 y truncó la existencia del campeonísimo.
Hoy se lo vuelve a recordar, a más de una década de aquel penoso accidente. Roque Monzón y Amalia Ledesma nunca imaginaron que el delgadito Carlos, el quinto hijo de la humilde pareja sanjavierina (nacido el 7 de agosto de 1942), se iba a convertir en el mejor boxeador de la historia argentina y en uno de los mejores púgiles del planeta.
Con apenas 8 años debió dejar sus estudios primarios para comenzar a trabajar y así colaborar con el sustento familiar, que escapaba a las posibilidades de Roque y Amalia. En esa búsqueda de la ayuda para la familia, Carlos fue sodero, lechero y canillita, antes de comenzar a despuntar un vicio que lentamente lo fue atrapando: el boxeo.
El 2 de octubre de 1959 quedará en los anales del deporte nacional como el día en que Monzón tuvo su primera pelea como aficionado. El 12 de diciembre de 1963, realizó la esperada transición al profesionalismo, categoría en la que tuvo su estreno en febrero del año siguiente.
Los inicios
Uno de los pasos clave que dio el oriundo de San Javier fue en su primera aparición en el Luna Park, en uno de los famosos festivales pugilísticos que organizaba Juan Carlos Tito Lectoure. En aquella oportunidad, venció a un porteño que apodaban El Torito de Pompeya, un aguerrido peleador de aquellos tiempos. Esa victoria hizo que Lectoure se fijara en él, y allí comenzó a organizar veladas internacionales para foguear a Escopeta, llamado así por lo delgado de su figura.
El verdadero comienzo de la leyenda se dio en 1965, porque fue el año en que se empezó a mostrar como imbatible. Por esos resultados, al año siguiente tuvo su chance de ser campeón provincial, lo que no desaprovechó, y de allí saltó al desafío de ser el mejor peso mediano del país. Para ello, venció a Jorge Fernández, y su enjundia lo llevó a derrotarlo otra vez (ahora en 1967) pero para convertirse en el mejor a nivel sudamericano.
La gran historia
En 1969, Carlos obtuvo el cetro sudamericano de los medianos, lo que le abrió las puertas para disputar el cinturón ecuménico en su categoría. El italiano Nino Benvenuti era el gran campeón a vencer, y la lid se libraría en su tierra, en el mítico Palazzo Dello Sport emplazado en Roma.
Aquél fue el día del inolvidable derechazo al mentón del italiano en el duodécimo asalto, que dejó al campeón arrodillado, como pidiendo piedad al santafesino. Ahí se calzó el cinturón de la Asociación y el Consejo Mundial. Esa fue la primera página de un libro fascinante, con muchos capítulos y todos atrapantes.
De hecho, fueron 14 defensas (un récord que recién fue superado en 2002 por el estadounidense Bernard Hopkins, es decir, 25 años después) hasta el año de su retiro, en 1977.
Su hobby
Sus cualidades de macho argentino y su apego por las cámaras llevaron a Monzón a aceptar el ofrecimiento de filmar algunas películas, entre la que se destaca La Mary, coprotagonizada con Susana Giménez, quien luego de ese trabajo sería su pareja por algunos años.
Sin embargo, cuando todo parecía estar en perfecta armonía en la vida del ahora ex boxeador (se retiró como invicto de su exitosísima carrera, se convirtió en estrella de cine y comenzó a salir con una de las mujeres más codiciadas del país), comenzaron a aparecer sus problemas con el alcohol y su consecuente conducta violenta. La misma que lo llevó a protagonizar la página más negra de su vida, cuando según un tribunal de Justicia, asesinó a quien era su pareja, una modelo uruguaya que pasaba sus días de veraneo en Mar del Plata junto a Carlos y su entorno.
El final
Monzón se bancó con hidalguía sus días en prisión. Primero fue recluido en la cárcel de Batán, cerca de la ciudad balnearia antes mencionada. Después, fue trasladado al penal de Las Flores, en nuestra capital. Por su buena conducta, comenzó a gozar de algunos beneficios, como salidas controladas los fines de semana.
En uno de esos escapes del encierro, y cuando le faltaba muy poco para cumplir su condena, Carlos Monzón encontró la muerte en la ruta, cuando regresaba de su ciudad natal hacia el lugar en el que pasaba sus días como recluso. Así se malogró una vida que comenzó con muchas penas, supo de interminable gloria y culminó de manera trágica, como para alimentar aún más un mito que ya tenía peso propio.