En su nuevo disco, «La luz del ritmo«, y con el acento puesto en lo latino, la banda no se corre de la estética que la proyectó a la cumbre de América. No defraudan, ni sorprenden.
Cinco temas nuevos, seis versiones de canciones propias y dos covers de hits de los ’80 es el menú que ofrece el regreso discográfico de Los Fabulosos Cadillacs. La luz del ritmo sale el 30 de este mes, seis días antes del debut en vivo en el Foro Sol de México D.F.
La célula madre de Vicentico y Flavio Cianciarulo, más Sergio Rotman (saxo), Mario Siperman (teclados), Fernando Ricciardi (batería) y Daniel Lozano (trompeta), eligió cabalgar sobre la leyenda de la banda más que correr un mínimo riesgo. Esa falta de audacia redunda en una apuesta al costado más latino del grupo, el más pachanguero, interrumpiendo así el desarrollo histórico evolutivo de los Cadillacs cuyos extremos son los frescos y elementales inicios ska a mediados de los ’80 y el final de rock progresivo y oscuro de los dos últimos discos en estudio (Fabulosos Calavera y La marcha del golazo solitario).
Esa capacidad beatle para explorar siempre más allá de lo conocido por la propia banda (aún a riesgo de embarcarse en propuestas que sonaron en su momento pretenciosas) fue uno de los grandes méritos de los Cadillacs. Ahora se pisa sobre seguro: los tres primeros temas (los tres de Flavio) son una muestra del viejo y poderoso groove del grupo. La luz del ritmo -que estrenaron en el Planetario porteño- es un mambo pariente de Gitana (aquel de «vamos a bailar, toda la noche ¡al ritmo de la banda!»); Mal bicho tiene un tratamiento soul; Flores es un rock marchoso con percusiones caribeñas.
A medida que el disco avanza se pone más interesante. Padre nuestro, el corte de difusión, es una revisión en clave de cumbia villera de la canción publicada originalmente en Rey Azúcar, arreglada y producida por Pablo Lescano. Nosotros egoístas podría haber integrado uno de los discos solistas de Cianciarulo: compuesto y cantado por el bajista, es un homenaje a Toto Rotblat (ver Una letra) que no cae en golpes bajos. Destaca una frase plena de amor y misterio: «Se nos hace difícil actuar / por quererte y no tenerte. Nunca dejaremos de escuchar / lo que nos dijiste el día que te fuiste». Hoy funciona en simetría con Nosotros egoístas: es de Vicentico y calzaría perfecto en cualquiera de sus discos solistas.
Should I Stay or Should I Go (The Clash) y Wake Up (Ian Dury) son los dos respetuosos covers del álbum, con letras adaptadas al español. El genio del dub confirma la estatura de esa canción -ese ritmo que lo atraviesa y que es a su vez su columna vertebral- y muestra a un Vicentico inspirado en la parte vocal. Basta de llamarme así es otra gran canción, hecha en ritmo de reggae y con el aporte de una sesión orquestal arreglada y dirigida por Hugo Lobo de Dancing Mood, una coda bellísima que le da un ropaje elegante sobre el final.
El fin del amor, otro estreno, es un spaghetti rock firmado por Rotman. Muy, muy temprano -un rescate de la primera época-, otro reggae en estado de pureza. El final es lo mejor del disco, un broche sensible: una revisita a Los condenaditos (Vicentico-Rotblat) que, con un arreglo sutil, funciona -por temática y filosofía de la letra, y por tratarse de uno de los autores de la canción- como un delicado responso a Gerardo Toto Rotblat.