«La Negra«, la voz esencial para apreciar la cultura argentina, cedió a la tentación de grabar duetos con personajes de diversos géneros y en la primera entrega del recién editado trabajo cuesta reconocer la magnitud de ese tránsito.
Mientras se repone en un sanatorio porteño de una neumonía y de un cuadro de deshidratación motivado por esa dolencia, Mercedes Sosa postergó la reunión de prensa para referirse a este reciente volumen. En mayo se conocerá la segunda entrega de un ambicioso trabajo al que se suman las voces y las canciones de Gustavo Cerati, Joaquín Sabina, Fito Páez, Rubén Rada, Marcela Morelo, Gustavo Cordera, Franco de Vita, Daniela Mercury y Charly García.
Después del exquisito «Corazón libre» que publicó en 2005 bajo la batuta de Chango Farías Gómez, «la Negra» reunió a una constelación de figuras para abordar un cancionero por demás diverso al que poco ayuda la idea estética urdida por Popi Spatocco.
El habitual director y tecladista de su banda propone un color uniformemente festivo y un crescendo permanente, quizá en busca de darle homogeneidad a un repertorio que recorre el folclore, el pop, el rock y la canción.
Mercedes no disimula lo imponente de su don como cantante pero todo su ángel interpretativo se pierde en la diversidad temática y en la repetición de fórmulas para conseguir el impacto.
El dispar resultado final de esta primera «Cantora» encuentra su principal hallazgo en el furctífero encuentro con Shakira para abordar «La maza», del cubano Silvio Rodríguez. En los pasajes folclóricos donde Mercedes fluye con una estremecedora naturalidad, destacan los aires cuyanos de «Celador de sueños» (con Orozco-Barrientos y Gustavo Santaolalla) y de la «Zamba de los adioses» (junto al Dúo Nuevo Cuyo).
El aporte de Pedro Aznar se aprecia en «Romance de la luna tucumana» (sumando a Juan Quintero y Luna Monti) y en «Deja la vida volar», mientras que Alfredo Zitarrosa asoma en «Pájaro de rodillas» (en yunta con Nacha Roldán) y es correcto el cruce con Diego Torres y Facundo Ramírez en «Zamba para olvidarte».
La canción, en su acepción más estereotipada por el mercado, impide disfrutar de la presencia de Joan Manuel Serrat en «Aquellas pequeñas cosas» (que abre el cd), de la reunión con Jorge Drexler para encarar «Sea» y de la cumbre con Caetano Veloso en que surje la versión en protugués de «Corazón vagabundo».
Tampoco resulta fructífera la insistencia con acercarse el universo rockero en pos de vincularse con Luis Alberto Spinetta para «Barro tal vez» y con su entrañable León Gieco en una extraña mirada sobre «Himno de mi corazón», de Miguel Abuelo.
El tango se ratifica como otro territorio un tanto esquivo pese a los sólidos aportes de Leopoldo Federico y María Graña en «Nada» y la intrascendencia cerca los previsibles lazos con Teresa Parodi («Esa musiquita») y Víctor Heredia («Novicia»).
En el claro debe del álbum quedan «Sabiéndose de los descalzos» donde se une a la mexicana Julieta Venegas y la reciente amistad con Soledad en el inexplicable «Agua, fuego, tierra y viento», del baladista Paz Martínez.
Mercedes, que mostró toda su entrega y ductilidad en la «Alta fidelidad» compartida con Charly García, terminó dispersando el innato talento que entrega cada vez que abre la boca, de acuerdo a lo que se percibe en esta primera vuelta de «Cantora».