Funcionan como engranajes que ponen en marcha el desarrollo. En el ámbito rural el trabajo asociativo impacta más allá de los límites de su propia organización y plantea un universo de oportunidades para el crecimiento local, una mejor calidad de vida de la comunidad y la organización inclusiva.
Generan oportunidades sociales y laborales, aportan económicamente a distintas instituciones y son el motor de nuevas organizaciones: las cooperativas desempeñan un papel estratégico en el desarrollo de los territorios.
Su influencia trasciende a sus miembros. Cuando los productores articulan su trabajo, juntan su capital y sus capacidades, se genera una sinergia que beneficia a todos y el todo tiene más fuerza que la suma de las partes.
La tendencia es, además, multiplicadora. “Muchas organizaciones del medio local actúan por reflejo de lo que es la cooperativa y van asimilando las cosas buenas del cooperativismo”, aseguró José Luis Spontón, director del Centro Regional INTA Santa Fe. Los miembros de estas asociaciones trasladan su capacidad organizativa a las comunidades de las que forman parte, con un modelo que a su vez es adoptado por otras entidades. Como fuente de capacitación –de la que se nutre toda la comunidad–, son formadoras de capital social en la región. Elevan la capacidad profesional del conjunto de la población –que dispone de más herramientas para generar oportunidades– y preparan líderes y dirigentes sociales, que desempeñan un rol que supera a la propia cooperativa y alcanza a otras organizaciones.
“Para instituciones como el INTA, es más fácil trabajar en las localidades que tienen un fuerte movimiento cooperativo”, dijo Spontón. En Santa Fe, la presencia de esas estructuras es muy significativa, con empresas cooperativas grandes que son ejemplo a escala nacional. Según explicó, esas experiencias “han permitido que pueblos muy pequeños del interior de la provincia se desarrollen y tengan su vida propia”.
Avellaneda es una localidad santafesina donde cerca de 300 productores hacen de la actividad agropecuaria su medio de vida. En el año 2008, una cooperativa comenzó a trabajar en un ambicioso proyecto de riego único en la región: irrigar más de 12.000 hectáreas agrícolas, con agua del Río Paraná.
La implementación de este sistema era una necesidad y un anhelo compartido por la comunidad para incluir al sector urbano y rural en un mismo proyecto de desarrollo. Así, lo que comenzó como una idea de la cooperativa agrícola, logró la adhesión de otros actores –el municipio, el sector privado y entidades intermedias del lugar– y se formó una asociación civil para promover la ejecución de un sistema de riego complementario. De esta forma, la acción cooperativa contribuyó al desarrollo del medio y brindó una estructura de organización para la región, que provocó la conformación de una asociación con un objetivo superior.
Por otra parte, las cooperativas apícolas que trabajan en la provincia según los valores del comercio justo son un ejemplo del impacto que la asociatividad puede tener en un sector, dijo Spontón. La determinación de una tendencia de precios para la miel favoreció, primero, a los productores vinculados a las cooperativas y luego el beneficio se trasladó al resto del sector y el mercado.
Otro de los grandes aportes de la acción asociativa es la oportunidad que brinda a los jóvenes de crecer profesionalmente sin necesidad de migrar a otras ciudades. Mediante su formación e inclusión en el mercado laboral, “las cooperativas ayudan a anclar a la juventud en su territorio”, indicó Sponton.
Fuente INTA Informa