La mayor parte del riego se usa para la reposición del agua que se pierde por transpiración del cultivo y por evaporación directa del suelo. Esta última, conocida como evapotranspiración, varía según el tipo de suelo, el estado del cultivo y las condiciones ambientales –temperatura, viento y humedad–.
El agua dulce es un recurso limitado, cuya renovación depende del buen uso y tratamiento que se le dé. El manejo eficiente y bajo criterios conservacionistas del agua es una prioridad de la sociedad actual para todos los órdenes de actividad humana.
Según Marino Puricelli, del INTA Balcarce, el riego no escapa a ese mandato y “una operación de riego eficiente y ajustada a criterios conservacionistas en cuanto al uso de los recursos hídricos implica el diseño adecuado de la misma a lo largo de la campaña, y para cada cultivo en particular que se quiera regar”.
El diseño de la estrategia de riego requiere del conocimiento de las necesidades hídricas del cultivo en cada uno de sus estados fenológicos, así como también de la capacidad de infiltración y almacenamiento de agua de los suelos a regar.
Una vez diseñada, la práctica del riego requiere de un constante y concienzudo proceso de seguimiento de las variables meteorológicas –precipitación, temperatura, viento, evapotranspiración– y de las modificaciones en el contenido de humedad del suelo. Este seguimiento permite su ajuste periódico a fin de hacerlo más eficiente en términos de frecuencia de aplicación y cantidad de agua aplicada.
Riego en papa: un complemento imprescindible para estabilizar rindes
Cerca de la mitad de la campaña, el tema del riego gana la agenda de los productores. ¿Cómo y cuándo hay que usarlo para maximizar el rendimiento y la calidad? ¿Cómo aplicarlo de manera sustentable?
Debido a su escaso desarrollo radicular, la papa requiere un cuidadoso manejo del agua, que evite tanto las deficiencias como los excesos. La campaña se acerca a la mitad con el pronóstico de un año neutro en cuanto a la oscilación climática de El Niño y, para maximizar el rendimiento y la calidad del cultivo, el productor debería poner especial dedicación al riego, como complemento estratégico.
Uno de los principales factores que afecta el crecimiento de la papa es la tendencia a cerrar sus estomas –poros de las hojas– en respuesta a deficiencias de agua, aún cuando éstas sean leves. Ante la escasez hídrica, esos poros se cierran para evitar la pérdida de agua.
“Estos períodos de estrés hídrico pueden reducir notablemente el rendimiento y la calidad”, indicó Marcelo Huarte, referente nacional del cultivo de papa del INTA. Para evitar esto, explicó que “en el sudeste bonaerense se riega en forma suplementaria para corregir períodos cortos de estrés” a partir del inicio de la formación de los tubérculos, etapa conocida como tuberización.
Como todo proceso de multiplicación y agrandamiento celular, característico de la formación de los tubérculos, el agua es un requerimiento esencial para el transporte de los nutrientes y la constitución de las células. Si en ese momento el contenido de agua del suelo está por debajo del 50% de la capacidad de campo por más de dos días, la planta de papa –tubérculo cuya composición es agua en un 80%– no puede crecer en todo su potencial.
Finalizado el crecimiento y llenado de los tubérculos el agua no es necesaria y, por lo tanto, el riego aplicado es tardío. Las plantas de papa, que en crecimiento son verdes, cuando finalizan ese proceso y se transportan los hidratos de carbono al tubérculo, cambian su color hacia el amarillo, lo cual indica que está llegando a la madurez. “Muchos productores comienzan a regar muy tarde, después del inicio de la tuberización y muchos riegan cuando la planta no lo necesita, es decir cuando ya está amarillando”, señaló el especialista.
Por otra parte, los criterios de eficiencia y conservación del agua en calidad y cantidad originales implican tomar en cuenta la aplicación de agroquímicos para el control de plagas, enfermedades y malezas vehiculizadas en el riego. Ésta debe hacerse en tiempo y forma, es decir, aplicar el agroquímico correcto y en la dosis adecuada.
La correcta aplicación tiene en cuenta también la calidad del agua –pH y dureza–, la mezcla con otros agroquímicos que deben ser compatibles, la cobertura de la planta con una adecuada densidad de gotas, el uso de adherentes y tensioactivos, entre otros aspectos.
En la estrategia de aplicación también resulta importante que los agroquímicos no sean afectados por el riego o las lluvias, ya que se corre el riesgo de perder eficiencia en el efecto de los agroquímicos y, en consecuencia, reducir el rendimiento y la sanidad de los cultivos. “Una aplicación defectuosa puede ser la puerta de entrada de enfermedades y plagas de difícil control, como el tizón tardío y la mosca minadora, que destruyen el cultivo rápidamente”, indicó Huarte.
Fuente INTA Informa