De gesto exuberante, reflejado en su prolífica obra como compositor y en su estilo -ampuloso y popular- como intérprete, el pianista cumplirá el lunes 95 años, que lo hallarán retirado de los escenarios donde forjó parte de la historia del tango.
Aun sus detractores, que han señalado su estilo estridente, reconocieron su notable aporte como compositor, que lo asoció con letristas y poetas que, desde diferentes escuelas, cultivaron y dieron forma al lenguaje del género.
Homero Manzi («Una lágrima tuya»), Enrique Santos Discépolo («Uno, «Cafetín de Buenos Aires»), Enrique Cadícamo («A quién le puede importar», «Copas, amigos, besos»), Cátulo Castillo («El patio de la morocha») y José María Contursi («En esta tarde gris») encontraron en él la confianza y la equivalencia que exige el trabajo de colaboración artística.
A la vez, medido con la vara de la popularidad, Mores moldeó tangos que pronto se acomodaron a la etiqueta de «clásicos»: «El firulete», «Taquito militar», «Adiós Pampa mía», «Cuartito azul» o «Grisel».
Bajo el nombre de Mariano Alberto Martínez, el pianista nació en el barrio porteño de San Telmo el 18 de febrero de 1918.
Estudió música clásica y el profesorado en el conservatorio D`Andrea de Lanús pero, como todos los tangueros de su tiempo, completó su formación arriba de los escenarios.
A los 14 años trabajaba en el Café Vicente de la calle Corrientes. Fue primero acompañante del conjunto criollo La Cuyanita y luego pianista de Roberto Firpo.
Entre 1939 y 1948 fue el piano solista de la orquesta de Francisco Canaro y luego experimentó con sus propias formaciones, sea su sexteto rítmico o sus esquemas orquestales con rasgos sinfónicos.
Siempre tuvo una inclinación por combinar el gesto íntimo de la creación solista con los énfasis del music-hall.
«Lo mío es el tango-espectáculo. Yo fui uno de los primeros que acercó el ballet al género, al que le di un sonido de orquesta, digamos lírico-popular», explicó sobre su controversial estilo.
No siempre se interesó por dejar registro de su obra. Tras un prólogo con el sello Mercurio, entre 1954 y 1969 grabó en Odeón, y desde allí, se desentendió de esa dimensión de su trabajo.
En 1994 volvió a las bateas con un disco en vivo, después de 22 años casi sin huellas en los estudios.
Incursionó en el cine como actor en cintas como «Corrientes… calle de ensueños!» (1948), «La doctora quiere tangos» (1949) y «La voz de mi ciudad» (1953). Fue pareja en la ficción de Mirtha Legrand y Diana Maggi.
«Son experiencias que hice, y no tengo de qué arrepentirme, por supuesto; pero en aquel entonces me hicieron galán y a mí no me gustaba la voz que me salía en las películas. Por eso no quise seguir», confesó en su tiempo.
La elocuencia de su obra y su gesto tuvieron, sin embargo, un correlato de modestia a la hora de enfrentar los micrófonos.
«Yo nunca pude concebirme como demasiado importante en el tango -afirmaba-. Creo que soy uno más dentro de un mundo de gente que tiene un par de cosas para expresar.»
Las expresó hasta el 2011, cuando, por razones físicas, se alejó de los escenarios.
Fuente Agencia Télam