En su primer viaje internacional, el papa Francisco llegó hoy a Río de Janeiro, donde fue aclamado en las calles por miles de jóvenes de todo el mundo, a quienes consideró el «ventanal por el que entra el futuro» y afirmó que llega a Brasil sin «oro ni plata, sino con lo más valioso: Jesucristo».
«He venido para la Jornada Mundial de la Juventud. Para encontrarme con jóvenes venidos de todas las partes del mundo, atraídos por los brazos abiertos del Cristo Redentor», fue su primer mensaje en la ceremonia de bienvenida que la presidenta Dilma Rousseff le ofreció en el Palacio Guanabara, sede de la gobernación de Río.
En relación a los 2 millones de peregrinos que llegarán a esta cita mundial, entre ellos más de 40 mil argentinos, el papa Jorge Bergoglio dijo que la juventud «es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos impone grandes retos».
«Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio: tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo; darle una base sólida sobre la que pueda construir su vida; garantizarle seguridad y educación; transmitirle valores duraderos», añadió en un discurso pronunciado en portugués.
Y en un fuerte mensaje de humildad, pidió «permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes», tras lo cual añadió: «no tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo».
Antes, en su mensaje de bienvenida, Rousseff dijo que «era una honra duplicada tener al primer papa latinoamericano» en su país y aseveró que «luchamos contra un enemigo común: la desigualdad social».
La mandataria afirmó además que «un hombre que viene del pueblo latinoamericano, de nuestra vecina Argentina, agrega más condiciones para crear una amplia alianza global para el combate del hambre y la pobreza», y le habló de las recientes protestas que sacudieron las calles de Río.
En ese marco, la jefa de Estado brasileña explicó que la juventud de su país salió a las calles para profundizar la democracia y mejorar su calidad de vida.
El papa argentino aterrizó a las 15.40 en suelo carioca, a bordo del airbus A330 de la compañía Alitalia que lo trajo del Vaticano, y casi 20 minutos después se lo vio bajar sonriente las escalinatas, seguido por su comitiva.
En la aeroestación fue recibido por Rousseff y el arzobispo de Río, Orani Tempesta; mientras un coro de jóvenes y niños de distintas nacionalidades lo esperaban entonando canciones como «Esta es la juventud del Papa» y el himno oficial de la jornada mundial.
Alegre, distendido y risueño, Bergoglio recorrió -dialogando junto a la mandataria de Brasil- la alfombra roja dispuesta especialmente desde las escalinatas del avión y saludó uno por uno a los integrantes de la comitiva oficial que lo esperaba.
Luego, el pontífice vivió un baño de multitudes en el recorrido desde el aeropuerto hasta Guanabara: primero, abordó un automóvil color gris plata que debió detenerse en varias oportunidades durante el trayecto debido a la gran cantidad de jóvenes que rodearon el vehículo para saludarlo.
Con la ventanilla abierta, el Santo Padre iba saludando a su paso a los jóvenes que se le acercaban, lo que motivaba gestos desesperados de una decena de efectivos de seguridad -con trajes negros- que rodeaban el automóvil.
Esta situación de desborde motivó algunas acusaciones cruzadas entre las autoridades locales: la alcaldía de Rio de Janeiro acusó a la Policía Federal por el embotellamiento que atrapó en el tránsito durante algunos minutos al auto que transportaba al papa.
Cuando llegó a la catedral de Río, Francisco abordó el «papamóvil» blanco y descubierto, a bordo del cual realizó un trayecto de unas diez cuadras hasta el teatro municipal, desde donde saludaba y bendecía, haciendo detener la marcha por breves instantes, lo que le permitió alzar a un bebé en sus brazos.
«Estoy muy emocionada, soñaba con que él pudiera abrazar a mi hijo, yo sabía que pasaría», relató entre llantos Monique, la madre de Nicolás, el niño brasileño que Francisco abrazó.
En la plaza Juan Pablo II también los argentinos se hicieron notar, algunos de ellos con remeras de San Lorenzo, lo que les valió un guiño cómplice por parte del sumo pontífice.
Fuente Agencia Télam