«Hasta que arreglen la mampostería del Teatro de Flores, vamos a tocar un poquito acá», irrumpe con humor el guitarrista de Divididos, Ricardo Mollo, que desde el comienzo del recital de Divididos sólo se había dedicado a desgranar acordes junto a los graves de Diego Arnedo y los ritmos de Catriel Ciavarella.
Cerca de las 21.30 se apagan las luces de un Luna Park repleto y comienzan a sonar las notas de «Los sueños y las guerras», tema del álbum debut de La Aplanadora del Rock «40 dibujos ahí en el piso» (1989), sin embargo el telón blanco que oculta el escenario, continúa extendido de par en par y sujetado desde el techo.
Tras los rockeros y altos decibeles de la introducción del primer tema, cae la cortina y sobre la tarima se encuentran Mollo, Arnedo y Ciavarella; solo basta un segundo de silencio, ese que se suele escuchar entre canción y canción, para que el público le recuerde a Mollo que había cumplido años hacía menos de una semana.
Los tres regresan a los primeros pasos de Divididos e interpretan «Los hombres huecos», otra canción incluida en el primer registro discográfico de la banda, que despierta las emociones de un público algo adormecido.
Una batería potente y la determinación del bajo ofician de apertura del próximo tema, perteneciente al segundo disco «Acariciando lo áspero» (1991), «Azulejo» que al igual que «¿Qué tal?» dejan en evidencia el virtuosismo de Arnedo, la precisión y el carácter cada vez que desmenuza las notas con su slap.
Llega el turno de «La era de la boludez», tercer trabajo y uno de los mejores discos de la Aplanadora del Rock, y el trío decide rememorar aquella etapa con «Salir a asustar», que no omite el coro del público cuando Mollo entona «grita el argentino».
Perpetuando un recorrido de ida y vuelta a través del tiempo, los músicos prosiguen con «Perro Funk», de «Amapola del 66» (2010), y se sitúan, allá por 1995, frente a «Mimoso a Marzo», de «Otro le Travalanda».
De pronto, sobre la multitud cae una luz diferente: del techo desciende una bola de boliche que brilla durante «Rubia tarada» y “Disco Baby Disco», algunos de los temas de Sumo que el trío recupera y que Ciavarella extiende y revive con una pasión, única y personal, frente a la batería .
Entre repetidos «hola» y «gracias», que no alcanzan a saludar a la totalidad del público, el terceto regala un impecable «Ortega y Gasés», donde Arnedo se adueña de la guitarra, y luego con un tinte menos potente pero siempre rockero, las notas marcan el comienzo de «Brillo triste de un canchero», canción del séptimo disco de estudio «Vengo del placard de otro» (2002).
Mutando los instrumentos a piacere, Arnedo desenfunda su contrabajo, y junto a Ciavarella y a Mollo le dan cuerpo a la genial versión de «Dame un limón», y después con una rotación en la formación, Mollo en batería, Ciavarella en bajo y Arnedo en voz y guitarra, interpretan «Hace que hace», del álbum «10» (1999).
La noche contó con la participación de dos músicos invitados; por un lado, un gran guitarrista y amigo del trío, Diego Florentín, junto a quien interpretó «Pepe Lui» y «Sisters», y por el otro, a uno de los más prestigiosos guitarristas con firma nacional, Daniel “Alambre” González, con quién compartió «Sobrio a las piñas» y «Zombie».
Con un momento cerca del cielo, Mollo recuerda al gran poeta y compositor Luis Alberta Spinetta, con su profunda versión de «Para ir» y también a Pappo, a quien homenajea con «Sucio y desprolijo».
Sin darle respiro a los minutos, el conjunto se acerca al álbum de estudio «Narigón del siglo» (2000), y desempolva los acordes de «Spaghetti del rock» y «Par mil».
«Estamos hablando casi de 40 años. En 1975 toqué en este escenario y toqué un tema que había compuesto hace un poquito, tenía 17 años…», reflexiona Mollo mientras presenta su tema «Soy quien no ha de morir».
Y reencausando las energías al pogo porque «al final somos todos rockeros», considera Arnedo, la Aplanadora del Rock inaugura un bloque con canciones efusivas e interpreta «Haciendo cosas raras», «Hombre en U», «Paisano de Hurlingham», «Rasputín», «El 38» y «Paraguay», sobre el final del encuentro que además lo tiene a Ciavarella frente a otra batería y sobre una plataforma giratoria.
Llega el momento para «tocar la canción más linda de todas, ‘Amapola del 66’, es como haber llegado a algún lugar de todo esto que hemos elegido, de toda esta música que venimos transitando durante tantos años», enfatiza Mollo mientras con su hijo Merlín, a upa, ejecuta algunos acordes de “Ala Delta”.
Divididos supo construir en 35 canciones, los momentos más rockeros de su carrera, pero esta vez sin espacio para temas acústicos.
Minutos pasados de la medianoche «Crua Chan» y «NextWeek», de Sumo, anunciaban la despedida de Divididos, sellando la noche con un agradecimiento por «estar acá acompañando esto» y con una nueva función programada para el 19 de septiembre en el mismo estadio. Alrededor de 8000 agradecimientos fueron devueltos.
Fuente Agencia Télam