El brit rock de Kasabian, los éxitos bailables de Pharrell Williams y la propuesta alternativa de Smashing Pumpkins brillaron en el cierre argentino del Festival Lollapalooza en el Hipódromo de San Isidro, con una grilla diversa pero que tuvo escaso protagonismo de bandas locales.
La diversidad del Lollapalooza logró inéditamente cruzar en una noche el dubstep y la música electrónica de Skrillex con el rock de Smashing Pumpkins, al igual que en su primer día juntó a Jack White y Robert Plant con el DJ Calvin Harris, lo que valió un cruce generacional pero también mostrar una grilla programada para convocar a un público heterogéneo pero no para satisfacer a todos en un 100%.
Los ingleses de Kasabian, que replicaron un repertorio calcado con el que ya habían deslumbrado el año pasado en otro festival de renombre como Glastonbury, hipnotizaron a propios y ajenos del gran público, hicieron bailar y generaron pogo como ninguno en la grilla, justificando sobradamente por qué está bien que vuelvan a presentarse hoy con un recital lateral en La Rural junto a The Kooks.
“Shoot The Runner”, “Club Foot”, “Empire”, “Re-Wired” y “Fire” fueron algunos temas con los que el grupo liderado por el cantante Tom Meighn y el violero Sergio Pizzorno cerraron las heridas con el público argentino por aquel faltazo en 2012, cuando decidieron bajarse del Pepsi Music argumentando problemas de salud. Tal vez uno de los grandes momentos de toda la jornada fue cuando versionaron “Praise of You” de Fatboy Slim y lo engancharon con la arrogante “LSF”.
Así como Kasabian obtuvo sus credenciales durante la década pasada y ahora sigue su plan de conquista con un rock ecléctico, psicodélico y asentado en la música electrónica, los Smashing Pumpkins alcanzaron éxito internacional durante los años 90 con una propuesta de rock alternativo, sensible y guitarrero. Billy Corgan y los suyos sonaron impecables y demoledores, con su magistral manejo de las distorsiones y los climas.
“Cherub Rock”, “Tonight Tonight” y “Ava Adore” sonaron en la primera seguidilla de una lista que tuvo muchos éxitos, una excéntrica versión del himno nacional de Estados Unidos y otras perlas sensibles, muy celebradas, como “Today”, “Being Beige” y “1979”.
La contundencia puede explicarse a partir de sus miembros: para esta gira, Billy Corgan –único miembro fundador- reclutó a Mark Stoermer, bajista de The Killers, y a Brad Wilk, baterista de Rage Against The Machine y ex Audioslave.
Apenas unos pocos minutos más tarde del estruendoso final de Smashing Pumpkins, en el otro escenario principal aparecía el músico-productor Pharrel Williams, quien si bien justificó su intachable presente solista, apeló a su estelar curriculum con sus producciones y composiciones exitosas que hiciera para otros artistas («Get Lucky» de Daft Punk y «Drop it Like It’s Hot» de Snoop Dog, entre otros).
Más allá de las canciones, se quedó corto como vocalista, y disimuló esa falta de potencia vocal apoyándose en pistas que sonaban en simultáneo.
El estadounidense puso todo su empeño para transformar por un rato el gran césped del Hipódromo en una enorme pista de baile, aunque por momentos tuvo que apelar a su retórica para generar ese efecto. Hip-hop, pop, dance, funk y soul al estilo Motown, fueron las armas de un Pharrell que además de talentoso, vibra con su carisma.
Generoso, habilitó a sus bailarinas para que tomaran el escenario más de una vez para moverse con pistas de éxitos de Britney Spears y Gwen Stefani, otras marcas registradas del autor.
También sonaron “Marilyn Monroe”, “Boys”, “Beautiful” y dos éxitos de su ex grupo N.E.R.D como “She wants to move” y “Lapdance”, aunque el gran momento –y también el final- llegó con “Happy”, tema con el que muchos lo conocieron tardíamente el año pasado.
El segundo día del Lollapalooza Argentina incluyó en su grilla a Major Lazer, un exitoso combo de reggae y dancehall, que tuvo que lidiar con la indiferencia de la gran masa del público que optó por el show de Pharrel Williams, porque la organización decidió que tocaran exactamente a la misma hora.
Lo mismo le pasó a Damian Marley, el hijo del mítico Bob, que debió hacerlo cuando en el escenario principal sonaba el grupo de Billy Corgan. Injusticias de la organización, comandada por Perry Farrel, que hacen que pagar la fastuosa entrada, valga la pena a medias, porque el resto de lo jugoso de la jornada no es posible apreciarlo.
Fuente Agencia Télam