El sábado 9 de diciembre a las 13.45 hs. fui a ver fútbol. Jugaba mi nieto en la octava división de Central San Carlos contra su similar de Atlético de Franck.
El termómetro del auto marcaba 37° y en el predio, a la sombra, el calor era sofocante y el aire irrespirable. ¿En la cancha, al sol, corriendo, cuál habrá sido la sensación térmica? 45°, 50°?, no lo sé.
Paso lo que podría haber pasado con chicos de 11 años haciendo deportes en esas condiciones. Un niño se descompensó, mi nieto. Pero pudo haber sido tu nieto, abuelo de Central o de Atlético.
Mi nieto está muy bien de salud. Lo atendieron en primera instancia el profesor encargado del fútbol de inferiores de Central y un paramédico de la delegación de Atlético, con la premisa y capacitación que se requería. Luego fue derivado al hospital local, por intermedio de los siempre eficientes Bomberos, donde fue atendido por el profesional de guardia. Desde allí retornó a su domicilio en perfectas condiciones.
¿Por qué les pido perdón abuelos de San Carlos o abuelos de Franck?, porque yo estaba en la cancha.
Ante la falta de capacidad de los ignorantes de escritorio que disponen los días y horarios de partidos en la Liga, ante la indiferencia de los directivos de los clubes, ante la pasividad de técnicos y árbitros, ante la irresponsabilidad de los padres; yo estaba ahí y tendría que haber actuado.
¿Qué había en juego? ¿Una Copa del Mundo, una Libertadores, una superliga? ¿Había que jugar para la televisión? ¿Había una fortuna en premios?.
¿Qué sale más, todos los títulos y honores que ganan o la vida de cada uno de esos chicos?.
¿Mandamos a nuestros nietos a hacer deporte para inculcarles una vida sana, física y espiritual o los mandamos para que no molesten?
Los niños fueron a jugar al fútbol en un horario y con un clima tal que a esa hora y con esa temperatura en nuestras propias casas les prohibiríamos tocar la pelota y salir al patio a jugar.
Yo hoy no tengo dudas. La angustia me quitó la alegría o tristeza de ganar o perder un partido de fútbol.
Yo el sábado 9 de diciembre le fallé a mi nieto que tanto me quiere. Lo traicione en su amor y en su inocencia.
Ese día les fallé a todos los abuelos de San Carlos y Franck. Ese sábado me hice cómplice de las autoridades de la Liga Esperancina, las autoridades del club, de los técnicos, árbitros y padres.
Yo y ellos somos culpables de abandono de persona, porque dejamos librados al azar la salud (y porque no la vida), de más de 30 (treinta), chicos.
El error y la culpa son míos.
Puedo prometer que no se va a repetir. Lo que voy a hacer, e invito a otros abuelos, ante una situación similar, es entrar al campo de juego e impedir que se juegue el partido. Quedarnos sentados o parados en la mitad de la cancha. Sin agresiones, sin gritos, sin ofensas, sin insultos. Expresando simplemente que estamos protegiendo a los niños.
Voy a preferir mil veces que piensen que soy un viejo tonto a sentirme un inútil que no supo cuidar a su nieto. El mío o el tuyo.
Oscar Domingo Dip – DNI: 7.891.021