Sin piso y viendo que se le agotaba el tiempo, Sergio Picco se propuso “perder lo menos posible” y recurrió al avión para sembrar al voleo a mediados de enero. Fue un experimento que salió bien: logró un rinde aceptable y no desperdició los insumos que ya había aplicado ni el trabajo de siembra directa que venía realizando en los lotes.
La falta de piso y un pronóstico climático desalentador, sumado al gasto ya hecho en la preparación de los lotes, empujaron al ingeniero agrónomo y productor Sergio Picco a una apuesta innovadora: sembrar soja desde el aire. Lo hizo a mediados de enero en San Justo, mientras el centro norte santafesino sufría lluvias constantes que se habían iniciado en diciembre y no cesaban.
Viendo que la fecha se pasaba decidió no perder más tiempo: llamó al avión y sembró 150 hectáreas. Lo que al principio pareció un intento fallido finalmente funcionó. Y no porque haya hecho un gran negocio con los quintales que logró, que no fueron pocos, sino que le sirvió para “perder menos”, económica y agronómicamente.
“Con esto no se trata de ganar dinero; la gente que no conoce la actividad no sabe que a veces se trata de perder lo menos posible”, le dijo a Campolitoral. Ese fue uno de los objetivos iniciales, que consideraron logrado al ver potreros vecinos que no pudieron sembrarse, se enmalezaron y debieron realizar gastos extra en herbicidas, mientras en otros directamente se vieron obligados a laborearlos, cortando el proceso de siembra directa. Picco, además de mantener en producción sus lotes, logró una media de 2.000 kilos por hectárea con buena calidad, algo “que no está mal para una soja sembrada un 13 de enero en la zona”.
De apuro
Lo primero que remarcó el productor es que se trató de una experiencia de prueba. Que, si bien fue exitosa, de ninguna manera pretende incentivar o alentar la siembra aérea de soja, dado que aún falta mucho camino para ajustar la técnica y existen infinidad de factores que inciden en el proceso: desde el clima hasta la logística propia de un avión, muy condicionante de las tareas y los costos.
Picco relató que hasta ese momento sólo había recurrido al avión para sembrar cultivos de cobertura. Tenía conocimiento de intentos con soja que no habían funcionado bien. Pero en la encrucijada prefirió tomar el riesgo y destinó unos 110/120 kilos de semillas por hectárea de un GM 5 y los desparramó desde el aire sobre tres lotes. “Cuando es al voleo se aumenta entre 10 y 30% la cantidad de semillas por hectárea, siempre para cubrirte; porque una semilla sobre el suelo está más expuesta a condiciones ambientales”, explicó. Y así fue: a los tres días de la siembra, en medio de un pronóstico de 20 días de lluvia, el cielo se abrió durante algunas horas y los rayos de sol dieron de lleno en las radículas de los porotos más precoces en brotar, disminuyendo el futuro stand de plantas. En ese momento pensó que la experiencia había fracasado. También porque al ser lotes planos se perdió una parte en los grandes charcos que se habían formado. Pero la sucesión de días nublados y húmedos colaboraron al anclaje e implantación del cultivo.
Una vez que pudieron llegar por tierra a los lotes comprobaron que habían depositado alrededor de 70 granos por metro cuadrado, aunque las plantas logradas fueron la mitad. “No es tan fácil de contar como con una sembradora que dosifica en forma uniforme sobre una línea y basta con contar la cantidad de semillas en un metro, además de tener monitores”, explicó el ingeniero.
Otra planta
Habiendo superado esa primer incógnita que era la siembra, la atención se centró en el desarrollo del cultivo. Primero los preocupó cierta lentitud, pero se compensó con un posterior aceleramiento. “Aprendimos que se comporta diferente la planta. Porque es un grano que comienza desde la superficie del suelo y las raíces son diferentes; las secundarias se hacen mucho más fuertes, largas y gruesas, porque se desarrollan en los primeros 5 centímetros del suelo”, describió Picco. Esto podría ser un riesgo ante un pulso seco, admitió, pero no fue lo que ocurrió: el verano lluvioso y el otoño húmedo favorecieron la experiencia. “Por eso digo que -la experiencia- no es para todos ni para todas la situaciones”, subrayó.
Obviamente el espaciamiento fue diferente respecto de una siembra en líneas, lo que generó estructura de plantas con características particulares. “La planta hace una ramificación más desde abajo, cerca del piso, y quizás queda más petiza”, describió le productor, aunque insistió con la variabilidad: “este año pasó eso, habría que ver qué pasa en otra campaña o con otro grupo de madurez o variedad”. También notó que “noduló muy bien, más de lo esperado; con nódulos grandes y activos”.
Por otra parte, la proximidad al suelo más la presencia del rastrojo en pie del trigo (que normalmente lo pisa la sembradora), le dio una dinámica distinta a la trilla, obligando a la máquina a llevar el cabezal casi arrastrándose y avanzando a muy poca velocidad para evitar que el grano se pierda por la cola ante el alto volumen de paja que ingresaba al mecanismo.
Resultado estratégico
Al momento de medir resultado, Picco mencionó que uno de los lotes dio 2.000 kilos de promedio aún con las pérdidas de superficie por lagunas y “lamparones”. Al no contar con monitor de rendimiento en la cosechadora no pudo saber el resultado por sectores, pero dio por hecho que el rendimiento fue superior. “Yo diría: para una soja sembrada el 13 de enero, 2.000 kilos es una producción más o menos normal”, sintetizó.
Dentro de la estructura de costos, el servicio del avión -como es lógico- tuvo un peso mayor que una siembra convencional. En primer lugar porque debió usar más semilla. Pero sobre todo porque que no cotiza en hectáreas sino en horas de vuelo y el trabajo demandó muchos viajes, en función de la capacidad de carga que tiene la tolva. En promedio, con cada carga de semillas alcanzaba a sembrar entre 8 y 9 hectáreas. “Además el motor no puede parar cuando aterriza para cargar semilla porque darle arranque es más caro que volar”, agregó Picco.
En cuanto al efecto agronómico, “una de las cuestiones principales” al evaluar la siembra con avión, también lo consideró positivo. “En la zona quedaron muchos lotes sin sembrar y se llenaron de yuyos y algunos lotes fueron trabajados, no siguieron en siembra directa; otros estuvieron pulverizando para maleza pero tarde; y lo que se pierde ahí es la continuidad, mantener el lote limpio”.
A la vista de estos resultados, el productor puso énfasis en el efecto estratégico de haberse embarcado en una experiencia más costosa. “Con esto no se trata de ganar dinero; quienes no conocen el negocio creen que siempre se gana pero a veces se quiere perder lo menos posible”, aclaró. O bien “recuperar algo de lo que se puede estar perdiendo”, porque el costo de no hacer nada es mayor.
Potencial para el sur
La experiencia que hizo Picco con la siembra al voleo de soja lo llevó a pensar en el potencial de la técnica para ganarle días al cultivo de segunda. “Una idea que surgió de todo esto es la de adelantar la siembra adentro del trigo antes de trillarlo”, mencionó. Aunque dudo que él -en su zona- lo llegue a implementar, sí consideró que “seguramente va a empezar a aparecer en el mercado”. Sobre todo “en el sur del país, donde trillan los trigos y tienen que sembrar la soja muy rápido porque el invierno les llega mucho más rápido y las heladas se la terminan”. Eso les funcionaría “ganando mucho tiempo” y kilos en el rinde. En cambio más al norte, aclaró, con una ventana de siembra mucho más amplia no sería tan útil.
Fuente Campo Litoral