En Sarmiento, la familia Schnidrig encontró en la raza neocelandesa la clave para desarrollarse aún en pleno boom sojero. Diseñaron un sistema simplificado en base a alta carga animal sobre lotes de pasturas cuidadas y una leche distinta que la industria paga mejor.
“Nuestro objetivo es ganar dinero produciendo leche, no ordeñar la mayor cantidad de litros por vaca”, resumió en varias oportunidades José Luis Schnidrig a Campolitoral para remarcar el principal fundamento por el cual desde 2009 trabaja casi exclusivamente con la raza neocelandesa Kiwi Cross.
Con un “frame” moderado que permite altas cargas pastoriles y menor gasto en suplementación, producción de sólidos útiles elevados a partir de los cuales se pactan mejores precios con la industria y una gran eficiencia reproductiva, este híbrido de Holstein Frisio y Jersey ha significado para los productores un cambio de paradigma que no solo mejoró el negocio sino que -sobre todo- lo simplificó para facilitar una mejor calidad de vida de la familia.
La raza, en realidad, es el último paso de un proceso de esfuerzo y superación constante que se inició a principios de los 80 cuando su padre, mecánico, se inició en la lechería con un tambo de 9 vacas. Como si en más de treinta años el país no hubiese padecido hiperinflación, megadevaluaciones, default e infinidad de crisis institucionales y económicas, hoy los 5 herederos administran 9 tambos en los que se producen unos 60.000 litros diarios con más de 3.000 vacas. Con semejante escala aseguran que podrían abrir un tambo nuevo de 500 vacas por año. Pero han decidido que es tiempo de vivir la vida y así surgió el primer remate de genética Kiwi para darle salida a eso animales.
Cambio de paradigma
“Cuando todo el mundo se iba a la soja, nosotros le encontramos la vuelta al sistema pastoril con esta genética y nos cerró el número con los costos”, señaló José Luis, titular junto a sus cuatro hermanos de Agropecuaria Las Marías, una de las tres empresas que conforman el Grupo Schnidrig.
Además de la genética, el pastoreo fue clave para una ecuación positiva. “Enfocarse en la producción de pasto en cantidad, calidad y con buen aprovechamiento es el secreto para producir leche de bajo costo”, subrayó. El planteo se redondea al cerrar contratos de venta por grasa y proteína. “Entonces el negocio termina de cerrar”.
Como la mayoría, en Las Marías trabajaban con raza Holando. Hasta que encontraron un techo con 700/800 vacas en ordeñe. Una escala que les demandaba una dedicación full time. “No había más fines de semana; no había domingos; no había sábados; no había otra cosa que no fuera el tambo y las vacas”. Hasta que un asesor, Fernando Ravaglia, los pinchó: “ustedes hacen eso porque quieren”, les dijo, y así empezó a gestarse el cambio. José Luis en ese momento tenía sus hijas chicas y no las veía. “Entonces empezamos a pensar si era lo que realmente queríamos”.
Además, seguir creciendo con las Holando implicaba darle las condiciones ideales para que expresen todo el potencial. O sea: grandes inversiones para estabular o semi estabular. “Habíamos llegado a una etapa donde no podíamos avanzar”, recordó. Ya se empezaba a hablar de los cruzamientos, entonces decidieron probar con la raza Pardo Suizo. Buscando estos animales se enteraron de las virtudes de los Kiwi. “En principio los veía muy feos; chiquitos, lejos de lo que uno estaba acostumbrado a ver”, recordó. Hoy, en cambio, “me encantan, veo una vaca grande y me digo yo no la quisiera”.
Pasto y genética
Tradicionalmente trabajaban en alfalfas puras con enmiendas, fertilización y rotaciones, hasta que volvieron a consociarla con gramíneas “por el tema de la compactación; un tema que tenemos que cuidar porque trabajamos con altas cargas de hasta 3 vacas por hectárea”. Hoy a la alfalfa le agregan festuca, raigrás, tréboles y en los campos más bajos algo de achicoria. “Se trabaja mucho con fertilizantes y cambia la productividad”. En invierno el raigrás como verdeo funciona muy bien con 300/400 kilos de urea y permite entre 6 y 9 pastoreos al año, según la humedad.
La nutrición de las pasturas redunda en alimento más barato. “Con buena productividad, el pasto (en Materia Seca) cuesta el 25% del grano; entonces todo lo que nosotros podamos poner a un cuarto de precio adentro de la panza de la vaca tiene un impacto tremendo en el costo del litro de leche”, indicó Schnidrig.
El sistema tiene un objetivo claro: la simplificación. La crianza de los terneros es grupal y las vacas, que se trabajan en un solo lote, comen silo autoconsumo con el agua cerca (se le acerca en tanques). El pastoreo se rota con silo de maíz y algo de sorgo. El porcentaje depende del negocio que haya en puerta. A veces el 75% de la dieta es a pasto por el bajo precio de la leche. O comen 7 u 8 kilos de balanceado y el pasto cae por debajo de 10kg de MS si el valor de la producción es alto.
“Por naturaleza el tambero razona la eficiencia en litros de leche por vaca”, comentó José Luis. En cambio ellos entendieron que debían competir con la agricultura y para eso había que conseguir litros por hectárea. “Claramente se puede ganar plata con producciones individuales más bajas pero con altas producciones de entre 12.000 y 15.000 litros de leche por hectárea, poniendo más vacas que comen un alimento barato y producen más sólidos”. Las Kiwi resultaron óptimas para este objetivo.
Sólidos clave
Cuando pensaron en cambiar de animales el objetivo era “achicar mucho el tamaño de la vaca para tener un animal ágil, que coma menos”. El primer shock consistió en cruzar vacas Holando de 680/700 kilos con una de 380. “Inseminábamos y lográbamos un animal de 600 o 550 kilos en estado adulto”, dijo José Luis. Hoy las vaquillonas Kiwi llegan con 400 kilos al parto, aunque después “siguen creciendo, porque son muy precoces”. En estado adulto llega a 480/550 kilos. “Mucho más chica; sufre mucho menos, es más rústica, se adapta muy bien a caminar, no tiene problema para recorrer distancias importantes; y está muy adaptada al consumo de pasto”, resumió.
La otra gran virtud son los sólidos útiles. En los 60.000 litros que produce Agropecuaria Las Marías se alcanzan “con normalidad” niveles por encima de 4% de grasa y 3.8/3.9% de proteína. Con las Holando esto es muy difícil: producen más volumen, pero menos sólidos útiles. “Entonces cuando nuestra producción de sólidos se transforma a litros lo que cobramos no es un número comparable”, aclaró Schnidrig. Hay una diferencia importante de precio, pero “en realidad es un producto distinto”.
Esta característica “nos sacó del desgaste de la discusión por el precio” con las usinas, relató el productor. Y explicó que la industria les paga por sólidos y el precio está pactado sobre los valores que publica mensualmente el SIGLEA (Sistema Integrado de Gestión de la Lechería Argentina). “Entonces tomamos esa referencia y hace dos años que nos juntamos para cualquier cosa menos para discutir el precio”.
La otra cualidad de la raza que potencia el negocio es su longevidad y es común que tengan 7 u 8 partos. Así, “la reposición de un rodeo Kiwi es bastante más baja que la de uno tradicional”. Por este motivo los planteles tienen tasas de crecimiento muy altas. “Nosotros venimos creciendo alrededor del 14% anual y ahora lo estamos parando porque este rodeo permite hacer un tambo de 500 vacas todos los años si quisieras”. Pero eso implicaría más trabajo de manejo, alquilar campo, tener capital para desarrollar nuevos emprendimientos “y mis socios, que están alrededor de los 50 años, no están tan dispuestos”. Así fue que el pasado jueves 15 de agosto realizaron el primer remate de genética Kiwi de la empresa en Sarmiento. Aunque también piensan otras alternativas, como capitalizar hacienda e incluso “hacer un sistema de franquicia para gente que tiene el campo y la mano de obra a quienes ofrecerles este sistema de trabajo”.
Otra vida
El modelo de lechería neocelandés, basado en la producción “barata” en base al pasto, fue inspirador para los Schnidrig y terminó conformando un sistema muy estable que les permitió sortear los peores momentos en un país turbulento como Argentina. “Nosotros definimos que queríamos hacer una leche de bajo costo; porque históricamente hubo momentos buenos y malos, pero son muchos más los momentos en los que la lechería la pasa mal”, sintentizó el José Luis.
Al respecto reflexionó: “la raza Kiwi nos permitió un sistema mucho más simple”. Y lo comparó con el quiebre que significó para los agricultores la siembra directa y el paquete tecnológico RR en los 90. “Los más grandes nos acordamos que la gente trabajaba muchísimo, el agricultor era un tipo sumamente ocupado y terminó siendo una persona con dedicación part time”.
También influyó la predisposición a innovar. Porque la pasión por producir nunca devino en obsesión ni en dogmas. “Nosotros no hacemos leche por deporte sino para ganar plata”, remarcando que la producción individual no tiene nada que ver con el negocio.
En esa actitud quizás tuvo mucho que ver su padre, que como mecánico se inició en el tambo “sin saber nada de campo”. Por eso “arrancó con el asesoramiento de un agrónomo, algo raro en los 80 para los tamberos de la zona”. Y también su madre, docente e hija de un tambero mediero, quien fue la ideóloga de que “con un tambo de 1.000 litros podrían garantizarnos la educación a los cinco hermanos”.
Además de cumplir ese objetivo, los Schnidrig rompieron algunos mitos del sector. Demostraron que se puede crecer en la lechería a pesar del contexto político o económico. Y, sobre todo, que la actividad no es una condena a la esclavitud. Por caso, José Luis ahora tiene tiempo de pilotear un auto de carreras y practicar Tae Kwon Do, mientras su hermano realiza travesías en bicicleta. “Yo tenía 37 años y nunca había ido a ningún lado porque estaba con las vacas; esto nos cambió la vida”, concluyó.
Fuente Campo Litoral