Según analizaron desde Rosgan, tras la fuerte suba del dólar que se experimentó la semana pasada, más allá de los esfuerzos por contener algunos precios básicos para el sostenimiento de la actividad económica, el traslado a la inflación será inminente.
La semana pasada el Índice de Precios al Consumidor (IPC) marcaba su cuarto mes consecutivo de baja acumulando 54,4% anual versus 55,8% de junio pasado. A su vez el maíz, uno de los insumos más importantes para el negocio ganadero, comenzaba a ceder respecto del incremento de inflación lo que auguraba una mejora relativa en los márgenes de engorde. Y en el consumo, si bien aún no se convalidaban mayores ajustes de precios, esta baja sostenida en la tasa de inflación hubiera podido permitir comenzar a recomponer lentamente los salarios y, con ello, el precio de la carne finalmente podría haber corregido parte de su retraso.
Sin embargo, eso no ocurrió y las perspectivas hoy son muy distintas. Las principales consultoras que relevan mensualmente los precios ya indican para agosto una tasa de inflación mensual de entre 4 y 5%, con un septiembre rozando los 7 puntos, esto siempre que el dólar logre mantenerse debajo de los $ 60. En base a estas cifras, la proyección de inflación para fin de año, se ve desplazada rápidamente hacia niveles cercanos a los 60 puntos anuales.
¿Cómo impacta esta situación en el negocio ganadero? Haciendo una lectura rápida se podría pensar que una devaluación mejora los números de la exportación, lo cual es cierto. Sucede que en el caso de la cadena de la carne, la participación de la exportación no supera en promedio el 20% de la producción total. Por otro lado, cualquier mejora que pueda recibir el sector exportador producto de un tipo de cambio más competitivo, difícilmente logre trasladarse hacia el resto de la cadena.
Respecto del mercado interno, la capacidad de compra del consumidor ha llegado a un nivel de resistencia tal que no ha hecho otra cosa que forzar a una baja sistemática del consumo de carne en los últimos meses. De acuerdo a datos oficiales de junio, el consumo aparente de carne vacuna ha tocado un piso de 48,1 kg per cápita, tras restringirse 10 kg en los últimos 12 meses.
Tomando el relevamiento de precios que realiza el Instituto de Promoción de Carne Vacuna (IPCVA), el precio promedio de los distintos cortes de carne vacuna registró un aumento en los últimos 12 meses del 53,0% lo que lo deja por debajo del 54,4% acumulado por el IPC. A pesar del retraso en precios que registra la carne vacuna comparado incluso con otras carnes como el pollo, cuyo aumento interanual supera el 70%, su consumo no ha dado signos de recuperación. En adelante, con una inflación nuevamente en alza, el inevitablemente efecto volverá a sentirse sobre esta variable.
El sector industrial tampoco escapa de este impacto. Con costos de estructura crecientes y un fuerte componente financiero, es altamente probable que el nivel de actividad –especialmente de aquellas plantas mayormente orientadas al mercado doméstico- se vea complicado en los próximos meses.
En cuanto al sector productor, las señales no son menos desalentadoras. Las empresas ganaderas ya se encuentran sumamente golpeadas por la fuerte presión fiscal y financiera que vienen soportando durante el último año, con tasas que ahogan la actividad productiva. Sumado a esto, el precio de la hacienda en los últimos meses ha estado perdiendo contra inflación generando márgenes muy ajustados, especialmente para la cría con un precio del ternero sumamente retrasado. En el caso de los feedlots, si bien el último mes recuperaron margen por la fuerte baja que registró el precio del maíz, con su principal insumo dolarizado y un consumo interno planchado, los márgenes deberían volver a erosionarse en los próximos meses.
En este contexto, la esperanza esta puesta una vez más en la exportación, claramente favorecida por un tipo de cambio más competitivo. Lamentablemente, se cae otra vez en una situación de dualidad en la cual lo que genera competitividad para un sector, complica al otro. Comenzar a articular los distintos eslabones de la cadena comercial de manera tal de poder amortiguar los vaivenes propios de ambos mercados, es una posible solución. Es hora de trabajar con miras a un sólo mercado, bajo los mismos estándares comerciales (trazabilidad, tipificación, sanidad), creando herramientas comerciales que permitan dar previsibilidad a la producción y participación en el margen global.
Fuente Campo Litoral